La vuelta al mundo con candados

La vuelta al mundo con candados

Todo empezó hace casi tres años con una foto en el puente de las Artes de París. ¡Aquello era impresionante! Candados sofocados uno encima del otro representando miles de historias de amor de distintos lugares del mundo. Pensé que aquello era exclusivo de la «ciudad del amor»; pero durante el viaje largo que tomamos Jorge y yo me di cuenta que lo que parecía street art parisino resultó ser más bien un movimiento que cruzó fronteras.

Las primeras fotos que capté fueron en pueblos de Rusia en septiembre de 2014. Mientras cruzábamos el país por el tren transiberiano, pude ver candados en pueblos como Velikhy Novgorod y Suzdal. Al visitar el monumento que simboliza la frontera entre Europa y Asia me los volví a encontrar.  Para mi sorpresa, seguí viéndolos en territorio ruso-asiático como en Niznhy-Novgorod y un parque de tradiciones de Ulan Ude (una ciudad fronteriza con Mongolia, donde la nacionalidad es rusa, pero los rasgos raciales de sus habitantes, la comida y la arquitectura tienen una fuerte influencia asiática). Conforme veía más lugares con estos emblemas de amor quise enterarme dónde surgió esta tradición.

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La versión más recurrente en internet cuenta que se popularizó por una novela romántica del autor italiano Fedrico Moccia, llamada Tengo ganas de ti; donde los protagonistas deciden eternizar su amor con un cerrojo que colocan en el Ponte Milvio de Roma. Pero hay versiones aún más románticas: cuenta la leyenda que en un pueblo de Serbia llamado Vrnjacka Banja unos jóvenes enamorados tuvieron que interrumpir su amor por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Cuando el joven se marchó a luchar, la chica prometió esperarlo; pero en medio de la guerra el soldado se enamoró de otra. La historia dice que la joven murió de tristeza. En honor a su tragedia las mujeres del pueblo empezaron a poner candados en el puente donde se les veía pasear. Las jóvenes empezaron a creer que si guardaban su amor con «candado» «su otra mitad» no las abandonaría de ese modo.  Otra historia que leí es menos dramática: al parecer en Rusia existe la costumbre de tomarse las fotos de recién casados en los puentes, el candado se ha adherido a ésta y los listones que se pueden ver en las fotos representan deseos.

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En un parque de China, cerca de la pintoresca ciudad de Pingyao pudimos ver más candados.

Lo curioso es cómo esta tradición se ha globalizado. No solo en las ciudades más turísticas, sino también en pueblose incluso parques difíciles de encontrar.

En estos dos años me ha llamado la atención los contrastes: hay lugares donde pasan desapercibidos, otros, que al querer estar «en boga» con el resto de capitales del mundo, le dan un lugar especial, por ejemplo, Singapur:  en noviembre de 2014 te invitaban a que escribieras tu historia de amor, colocaras un candado y fotos. El letrero decía una versión distinta a las que les acabo de contar: «Alrededor del mundo se cree que cuando una pareja pone un candado con sus nombres grabados en una barda o un puente y tira la llave; su amor quedará sellado para siempre. Desde Europa a Korea y China, esta romántica tradición ahora llega al centro de Singapur».

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En un parque de China, cerca de la pintoresca ciudad de Pingyao pudimos ver más candados.

En Malasia, por otro lado, vi una publicidad de Swatch; mientras que en Roma, donde es el lugar emblemático de la novela de Federico Moccia, no se ven tantos. Pero al llegar a París era algo abrumadin duda es el lugar emblemático de este acto. Donde desde hace dos años se ruega a los turistas a que no lo hagan. En 2015,  el Puente de las Artes se deshacía de toneladas de candados y otros puentes, como el Pont de l’Archevêché se cubría de éstos.

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Pont l´Archevêché, París, 2015. La segunda opción para instalar candados después de que el Pont d´Arts quedara protegido con tablas de maderas.

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Hace unas meses estuve en Europa y volví a ver candados. En un pueblo de Escocia, en la capital de Portugal, Lisboa, y antes de volver pasamos unas horas en París, donde el Puente de l’Archevêché estaba protegido con vidrios y sin ningún candado. Antes de irnos de «la ciudad el amor», paseamos cerca d la torre Eiffel y cruzamos por el paseo peatonal Debilly, que parece ser el nuevo favorito de los enamorados, donde los candados que juran amor están acompañados de letreros que ruegan a los turistas manifestar su amor de forma distinta. ¿Se podrá?

Frontera con Asia

En nuestro décimo sexto día en Rusia nos tocaba vivir la extraordinaria experiencia de estar en dos continentes al mismo tiempo. A pocos kilómetros de Ekaterimburgo yacen los Montes Urales, considerados la frontera natural que existe entre Europa y Asia. En medio de ellos hay un monumento que honra aquella gran división. Al estar tan cerca, no podíamos dejar la oportunidad de visitarlo, como si estar en él nos permitiera despedirnos de lo conocido, que era Europa y entráramos a lo nuevo e intrigante: Asia.

Salimos del hotel de Ekaterimburgo sin prisa alguna. Eran las 12:20 de medio día y decidimos caminar a la estación de autobuses para despedirnos de la ciudad disfrutándola sin la velocidad de un carro. El cielo gris potenciaba los colores de la moderna ciudad con su río artificial (realmente es una represa) que enaltece la combinación de rascacielos con edificios pequeños que conservan el toque de inicios del siglo XX.Cincuenta minutos más tarde llegamos a la estación. Sin saber una pizca de ruso pero con la seguridad de viajeros experimentados, nuestro medio de comunicación era un post-it escrito por la recepcionista del Park Inn. La primera cajera con la que interactuamos nos señaló el exterior. Al parecer, debíamos comprar los boletos en las ventanillas de afuera. Lo intentamos de nuevo. Jorge volvió a entregar el post-it a otra vendedora, la cual nos escribió el precio a pagar y nos señaló el autobús que salía rumbo a Pervouralsk a la 1:30.
Cuando subimos al camión volvimos a enseñar nuestro destino por escrito a quien estaba recibiendo los billetes. Ella nos indicó con ademanes que nos sentáramos adelante, justo al lado del chofer. Antes de que se bajara, le dijo al conductor a dónde íbamos. Al salir de Ekaterimburgo vimos la hora, sabíamos que el lugar estaba como a cuarenta minutos y empezamos a calcular el tiempo. A las 2:10 pasamos por un “museo” o más bien un conjunto arquitectónico que conserva el diseño de las comunidades rusas del siglo pasado. Un diminuto pueblo similar al que vivía Tevye del Violinista en el tejado. Con la iglesia y las casas todas hechas de madera  cuyo predominante color es el café intenso de los troncos. Quince minutos después el chofer se paró frente a un mini monumento, abrió la puerta y nos indicó con señas que siguiéramos el sendero.
Nos bajamos en medio de la nada. Ni siquiera había una parada de autobús, simplemente una carretera rodeada de gigantescos pinos infinitos que cambiaban de color verde a amarillo y naranja. Caminamos un poco para ver un poste de cemento un escaso metro, metro y medio. ¿Sería esta pequeñez la causa por la que viajamos una hora y decidimos pararnos en un lugar tan desolado? Después de un par de fotos, seguimos el camino y encontramos el verdadero monumento que honra la división entre los continentes. Aquello era grande, pero comparado con la inmensidad del bosque que lo rodeaba, seguía siendo insignificante. Jugamos un poco con la línea divisora, Tomamos más fotos y videos. Apenas habían pasado cinco minutos y otra vez nos acompañó silencio. El frío y los nervios empezaban a hacer de las suyas, no pude disfrutar la belleza de aquella maravilla natural por la incertidumbre de la situación. Nada más había una torre de control, bancas para sentarse, una herrería de corazón cubierta de candados y un poste con letreros erguidos que indicaban diferentes destinos: Ekaterimburgo: 30 km. 5km: el pueblo más cercano, impronunciable para nosotros.Había varios caminos por el bosque intimidante y misterioso. Pero la carretera casi desierta nos dio más seguridad, caminamos unos minutos… Nada. Nada se veía cerca. Regresamos a la torre de control donde un guardia nos confirmó (como pudo) que en quince minutos veríamos el pueblo. Caminábamos callados. Con un comentario forzado para romper el hielo provocado por la ansiedad. Pasadas las cinco de la tarde salía nuestro tren de Ekaterimburgo rumbo Irskurst. Finalmente vimos unas chimeneas, después una gasolinera. cruzamos la carretera para preguntar en un café. Entramos. Un joven nos atendió con señas y palabras modificadas. Sin inglés y menos español, Jorge pudo decirle que íbamos a Ekaterimburgo gracias a un billete cuyo dibujo representaba esta ciudad. Nos acompañó afuera del bar para indicarnos dónde estaba la parada. Jorge simuló un reloj en su muñeca izquierda para preguntarle en cuánto tiempo. El muchacho nos escribió en la calculadora del iPhone,15-20. Vimos pasar un camión con nuestro rumbo, pero todavía no llegábamos a la parada. Eran las tres cuando preguntamos; nuestro taxi programado pasaría a recogernos al hotel al quince para las cuatro y nosotros, todavía sin forma de regresar a la ciudad. Vimos pasar rumbo al pueblo dos autobuses, concluimos que tenían que volver. Esperamos en la parada, un carro se detuvo por si queríamos raite, pero no nos atrevimos. A lo lejos vimos el camión, esperamos, levantamos la mano y se paró.

¿железнодорожная станция?

¿железнодорожная станция?

Dándole seguimiento a las entradas de Rusia: Barreras y Россия (Barreras, parte 2) quise continuar la historia de cuando nos hizo falta saber un poco de ruso:

La primera vez que me sentí perdida en Rusia fue en la estación de trenes. Rusia tiene nueve usos horarios pero todas las estaciones de tren están configuradas al horario de Moscú. ¿Qué quiero decir con esto? que no importa la hora de la ciudad en la que te encuentres, a la hora de fijarte en tu boleto de tren, la hora de salida está coordinada a la de Moscú. Digamos, si estás en Ekaterimburgo y son cuatro horas más que en Moscú, no te debes guiar por la hora de la ciudad que visitas, sino de la capital. O sea, si tu boleto dice que sales a la trece horas, eso significa que sales a diecisiete horas de Ekaterimburgo. ¿Confuso no? Pero no se te debe escapar por nada del mundo. Gracias a Dios Jorge y yo siempre estuvimos puntuales a la hora Moscú en la estación de trenes de donde saldríamos.

La otra curiosidad es que cuando te indican en qué anden, hay dos números. Uno, que es para el andén y el otro para la vía (me había toca que este fuera con A, B, C… pero jamás con números). Sí, la primera vez que quisimos llegar a nuestro andén en uno de los pueblos Jorge y yo estábamos literalmente perdidos. Quisimos aplicar la de «Vicente» (adonde va la gente) y casi nos subimos al tren equivocado.

Viajamos con la guía de Lonely Planet pero se nos escapó por completo ese detalle que venía en las letras chiquitas.  Aquí adjunto dos páginas de la guía que haberles puesto más atención nos hubiera servido mucho:

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 En esta sección del libro llamada «Life on the rails», vienen consejos a seguir para hacer el transiberiano, uno de ellos menciona que debes esperar a que se muestre el  andén (platform) y la vía (track) y te viene cómo se escribe y cómo debes buscarlo en tu boleto.

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Esta imagen también viene en el libro y te dice cómo interpretar el boleto de tren ruso.
Después de esta experiencia, empezamos a entender que además de las barreras que traen el cambio de idioma y alfabeto, está la de usos y costumbres. La cual es todavía más compleja de interpretar.

 

 

 

 

 

 

Rincones

De lo que más disfruto hacer mientras viajo es encontrar rincones que me fascinen, por su originalidad en diseño, ingenio arquitectónico o simplemente por su encanto.

Este pequeño café que parece recién salido de un cuento de hadas y el restaurante bibliotek fueron de mis rincones favoritos en San Petesburgo.

Россия (Barreras, parte 2)

19 de septiembre 2014, llegada a San Petesburgo

La llegada fue dulce. El aeropuerto era grande y contemporáneo. De repente me  invadió la paz que me había quitado el portugués de migración.  Como era de día, la incertidumbre de la oscuridad quedó a un lado. Sobre todo cuando llegamos al hostal, el cual se encontraba en el interior de unos edificios. Nunca había visto una estructura así. Había tiendas fuera de la cuadra y un pasadizo sombrío que nos llevaba al interior de otro mundo. Mi intuición me dijo que era una especie de vecindad  protegida de concreto para aguantar los famosos fríos rusos. La zona del hostal se encontraba todavía más adentro, en una psicodélica  comuna de jóvenes con dibujos de mapaches animados en la fachada de los edificios. Había bares para jóvenes y tiendas de diseño.

La encargada del hostal hablaba poco inglés, pero suficiente para entenderle las indicaciones. No había extranjeros estadounidenses y muy pocos europeos del oeste. Pero se notaba que San Petesburgo era un destino para los  vacacionistas de cruceros: había muchos restaurantes donde algunos meseros hablaban inglés.

El alfabeto cirílico no era tan difícil. ¿o sí? No sé si fue  gracias a Jorge o por lo maravillada que estaba por la capital que una vez albergó a los zares, por su ostentosa y descuidada cultura que es difícil percibir por lo edificios viejos pero abrumadora dentro de sus museos, iglesias y restaurantes, no sé, pero el primer día todo parecía demasiado fácil, demasiado increíble. La mafia desapareció por completo dentro de mi cabeza y simplemente disfrutaba lo que tenía enfrente.